segunda-feira, 18 de outubro de 2021

"El hombrecito sin piernas" - Relatos - Gustavo Alonso Henao Chica (Colombia)

23  de julio de l996

 

“Mafia explotadora de mendigos”. Ese título apareció en la primera plana de luna revista vulgar de las que vendían en el puesto. Después que lo interrogaron en el Das, el hombrecito sin piernas guardó la revista, y ese día sintió la necesidad de aprender leer. Habían pasado seis meses desde que llegó a Medellín, escapado de su casa en Bogotá, donde quedaron sus padres y una hermana. Diez años después, cuando volvió, lloraron abundosos y se emborracharon. Durante esos seis meses pidió limosna en la entrada del teatro Bolívar; su labio leporino, una malformación en la columna, la carencia de sus piernas, el faltante de dos dedos de su mano izquierda, lo hacían realmente lastimero; por eso las monedas caían en su tarro continuamente. Sin cambiarse la ropa y sin baño, empezó a expeler un olor ahuyentador; comía embutido y afanado, pagaba una pieza en una residencia en Guayaquil, y allí dormía.

Por más de un año fue sucio y mendigo. El vendedor de periódicos, un viejo que vivía en La Toma, se lo llevó para la casa a condición de que se bañara, y lo bañaron a chorro de manguera, que por poco lo infarta. Ese medio hombre vio aquel gesto como algo maravilloso—era acogido  por una familia--pero tardó otro año en percatarse de que las bondades tenían un precio, y que ese precio bien merecía algo diferente de las sobras de comida que le daban en luna coca y de rincón maloliente donde dormía. Exigió entonces una pieza para el solo y la amobló con cama y guardarropas; tiró la cobija, que olía a vejeces y sudores de otros que se abrigaron y no lavaron sus olores.

Días después, pasando las monedas del tarro al bolsillo y luego al bolsillo de viejo bondadoso, pasó por allí el gerente de una agencia de lotería, y le ofreció trabajo. En un mes tenia buena clientela, pero aun así nunca llegó a ganarse lo que se conseguía cuando era mendigo; sin embargo el haber pasado de un carrito con rodillos a una silla de ruedas, el sentir la diferencia entre ganarse el dinero y recibirlo tirado por la lástima que inspiraba, fue para él un asombroso y maravilloso encuentro con la vida; era importante, válido; la misma sensación tuvo cuando le enseñaron a leer.

-Eso fue como si me hubieran abierto la puerta del cielo; cada que leía una frase, yo no podía creerlo; en la calle toda palabra o letra no se escapaba a mis ojos lectores- decía.

En seis meses se preparó para validar la primaria, y lo hizo con facilidad. Se interesó por otras cosas leyendo revistas; la gimnasia con pesas le atraía. En el mismo sector de Guayaquil, en Alhambra con Maturín, había un gimnasio y allí iba a entrenar todos los días a la una de la tarde, rigurosamente. Era un sitio que frecuentaban carniceros, taxistas, uno que otro estudiante. Estaba en un segundo piso y había que pasar entre vendedores de pescado, prostitutas y ventorrillos de ropa antes de llegar; tenía un salón amplio con cuatro espejos de cuerpo entero, que hacían creer a los alfeñiques que en un mes ya tendrían un cuerpo hercúleo.

Esteban lo conoció allí, donde trabajaba como instructor de 2 a 9 pm. Le era difícil ocultar la sorpresa cuando vio al hombrecito sin piernas intentando colgarse de unas argollas olímpicas. Por la condición del cuerpo debió ayudarlo en la mayoría de los ejercicios. Al final del entrenamiento, el hombrecito sin piernas sacó un fajo de billetes; Esteban rechazó el ofrecimiento, ante lo que el hombrecito se mostró incómodo, la situación volvió a normalizarse cuando Esteban le propuso que se tomaran un jugo.

Conversando después, el hombrecito sin piernas reconocía aquel momento como su tercera iniciación: hasta ese instante él creía que todo favor había que pagarlo.

Que los seres humanos vivimos ciclos y que somos relativamente rutinarios, no es ninguna novedad; si uno asiste a un sitio recreativo con alguna frecuencia, se va a encontrar con las mismas personas. La piscina y estadero Los Delfines era un lugar frecuentado los fines de semana por algunos personajes que fueron por aquellos días del año l975 como parte de ese lugar. Todos ellos tuvieron por sus actividades particulares alguna figuración en el periódico EL COLOMBIANO. De allí que al encontrase se saludaban brindándose elogios mutuos.

La última historia que recuerdo del lugar fue con Miguel Ángel, uno de los frecuentadores de aquel sitio, a quien llamaban “Miss Poses” y que también asistía al gimnasio donde entrenaba el hombrecito sin piernas.

Mediaban las once de mañana y el día estaba lindo; muchas chicas, al parecer de un colegio, estaban allí, bronceando sus nalguitas y paseándose provocadoras cerca de los muchachos. Minutos de sol, sonrisas coquetas, cuerpos dorados se deslizaban en la mañana hasta la hora de irse, que era elegida por cada quien, cuando le llegaba el aburrimiento.

Dándoselas de impresionado, Miguel Ángel se ubicó donde lo vieran, con los brazos al frente, y haciendo conteo mental empezó a realizar ejercicios, alternando los brazos arriba y abajo, luego una semiflexión de rodillas; respiró varias veces expandiendo su tórax y tensando los músculos que parecían prontos a reventar. Subió al trampolín, miró hacia abajo, ya parecía listo lanzarse pero se bajó, tambaleándose mientras pisaba los escalones. No todos los bañistas hacían comentarios en voz alta, pero de seguro algunos tenían su mirada y pensamiento en Miguel Ángel.

El hombrecito sin piernas salió del vestier, por un momento, observó a la gente que estaba en la piscina, con una mano se acomodó la pantaloneta y empezó su lento avance hacia la ducha. Apoyado en su mano izquierda y en los muñones, se estiró hasta alcanzar con la otra la llave, se metió de lleno bajo el chorro, y cuando estuvo completamente mojado, cerró. Respirando hondo, hizo varios movimientos ridículos con sus muñones, luego permaneció quieto, como preparándose, a sabiendas de que los bañistas posarían sus miradas sobre él cuando fuera a meterse en la piscina. Apretó el cordón de pantaloneta y empezó a desplazarse; el torso se incitaba hacia delante para que las manos se adelantaran, y así, en forma de balanceo, iba avanzando.

Llegó hasta la escalera que daba acceso al trampolín; desde su bajura miró la parte superior y subió decidido, con la misma calma que había demostrado anteriormente. Una vez arriba hizo rotaciones para hombros, expandió el tórax, se aproximó al punto de salto.

Esteban se había zambullido varias veces y nadaba despacio, de un extremo a otro, a lo largo de la piscina. Observando lo que hacía el hombrecito sin piernas, se quedó en una esquina. Arriba en el trampolín, el hombrecito levantó los brazos, hizo mover un poco la tabla y se lanzó. Desde lejos, aquel hombrecito se veía en el aire como lo que a primera vista llega a los ojos: un pedazo de cuerpo volando suicida hacia el fondo del riesgo; pero cuando entró al agua en forma impecable, sin producir ningún ruido, un rumor admirativo circuló entre los presentes; a los pocos segundos emergió en el lugar donde se encontraba Esteban, se apoyó en el borde de la piscina sumergiéndose repetidas veces, se quedó quieto como descansando. Así o pudo observar Esteban: contrario a su cuerpo, el hombre tenía un rostro alegre envidiable, en él había un aire de confianza, de una despreocupación que no insinuaba siquiera el cuerpo que estaba bajo el agua. Con el apoyo que tenía, el hombre se impulsó hacia atrás y se dejó ir en estilo espalda hasta tocar el borde en el otro lado, dio vuelta y volvió a respirar, levantó los ojos y la mirada se quedó en Miguel ángel, que hacía poses y tensaba los músculos; el hombrecito dio vuelta de nuevo y regresó nadando en estilo libre hasta el lugar de Esteban, que había empezado a nadar en dirección opuesta.

En un ambiente como ése, dos hombres como ellos resultan igualmente visibles; uno porque contradice el estereotipo de lo bello en cuanto a la concepción del cuerpo y el otro por el narcisismo que causa malestar , Con el seudónimo de “El Delfín Colombiano”, el hombrecito sin piernas había nadado cuatro horas la semana anterior en el represa de El Peñol, en una jornada continua donde se tomó tres botellas de miel de abeja, y aguantó hasta las siete de la noche, cuando Esteban lo sacó morado del frio, pero sorprendido de su propia resistencia. Alfredo Carreño había escrito en EL COLOMBIANO una bella crónica sobre la hazaña.

Esteban y el hombre sin piernas seguían nadando; famoso el uno, amigo el otro. Los fines de semana, en el estadero “Los Delfines”, en una complicidad natural, dedicaban sus horas a la lúdica. Las chicas los jugueteaban con miradas, y con proximidades disimuladas cuando estaban en el agua.

Un fragor y una agitación en el agua hicieron ir las miradas hasta el sitio; a poco una quietud, y el hombrecito sin piernas se aproxima al muro acompañado de cerca por Esteban; con una mano sostenía a Miguel Ángel y con la otra se esforzaba en alcanzar el borde. Esteban sostuvo a Miguel Ángel y de los brazos ayudó a salir; lo acomodó boca abajo y presionó su espalda. Los bañistas formaron un tumulto curioso.

El hombrecito sin piernas se alejó con el corazón palpitando, afanado. No supo cómo, pero cuando vio el movimiento agitado en la piscina, se olvidó de sí. Luego, junto a Esteban, que reanimaba al hombre, se percató del suceso. 

      Gustavo Alonso Henao Chica

 

.Este Relato - Cuento es parte del libro: "Historias de agua y tierra" (página 92).
. Email: escritoresacademia1957@gmail.com 
 ****
.Entrevista com Gustavo Alonso Henao Chica

. Proceso de creación literaria.

 https://www.youtube.com/watch?v=dkzbzXLDrFE
 *** 

Gustavo Alonso Henao Chica nació el 19 de diciembre de 1957, en Jericó - Antioquia - Colombia. Entrenador paralimpico Es Licenciado en Educacion Especial por la Universidad de Antioquia; y Especialista en literatura Producción de Textos e Hipertextos por la Universidad Pontificia Bolivariana.  Publicaciones: De la intimidad. Cuentos; Textos para Afrodita Poemas; En busca del asombro. Teatro. Fragmentos alucinados. Ensayos. Historias en agua y tierra. Relatos. Cuentos para leer en el crepúsculo. Cuentos. Coloquios de adolescencia. Articulos. Libro de poesias Saudade... Lançado em agosto/2021 - Gustavo Henao Chica e Vanice Zimerman (Brasil).


Um comentário:

  1. Narrativa envolvente desde o primeiro ao último parágrafo. A história de vida de “El hombrecito sin piernas” emociona, pois a partir da vontade de aprender a ler ele descobre outro mundo, que passa a conhecer em cada palavra e frase que lê e busca possibilidades de melhorar sua qualidade de vida... O conto bem construído com riqueza de detalhes desenha cenas, e sensações de descobertas e de reflexões sobre sua vida e a das pessoas que fazem parte do seu cotidiano. As dificuldades de locomoção vencidas por “hombrecito” e a disposição e disciplina para frequentar um ginásio de esportes são exemplos de força, resiliência e vontade de viver, encontrando seu lugar ao sol!É um conto lindo, de ler e reler, parabéns Gustavo!

    ResponderExcluir