sábado, 27 de novembro de 2021

“Ella abría su risa como una jaula" . Cuento . Gustavo Alonso Henao Chica - Colombia

 

Cuatro de las cinco mujeres estaban acostadas recibiendo el sol, dos de ellas boca arriba con las piernas flexionadas, las otras dos boca abajo con el rostro metido entre las manos. La quinta permanecía sentada con las piernas recogidas entre los brazos, su cabellera caída sobre el lado derecho, agitándose persistente en el rostro, para que ella la retirara en forma graciosa, y al parecer en un gesto habitual. En el suelo, una visera azul que esperaba hacer sombra en ese rostro.

Cuando Julio pasó por el lado de las mujeres dejó que sus ojos vieran; los cuerpos permitían el goce sin buscar demasiado. Para él esa era una mañana sensual, por eso su vida buscaba lo hermoso; sus ojos se iban tras lo deleitable, esas flores de verano ahí regadas en el piso, entregando sus nalgas al sol, que las poseía gustoso. Cinco mujeres obligando a la imaginación a pasar sobre cada curva siguiente, por la línea del bikini, o a seguir después hasta más allá de los pedacitos de tela. Era bueno ser mirada que ve.

No llegaban aun sus niños, un grupo de pequeños con hemofilia a los que daba clase de natación y relajación. Julio llevaba en la mano la tabla en la que apoyaba el papel para anotar la asistencia, no se había quitado la sudadera, el cronómetro colgaba de su pecho. Al final de la piscina, una plataforma de cemento impedía a visión completa para quien deseara observar desde la valla.

Julio fue y en ese sitio dejó su listado; sin quitarse aún la sudadera, pensó en la pantaloneta nueva y colorida que iba a estrenar. La mirada volvió hacia las mujeres sonrió en pensamiento, sintió ganas de hacer nueva ronda por el lado de las que habitan corazones y sexos, para verlas a ser visto, porque no se habían percatado de su presencia. Se quitó los zapatos, lentamente bajó la sudadera, cerciorándose de tener todo en su lugar; permaneció con la camiseta puesta, pero la acomodó en el punto donde se anunciaba también lo suyo, a vanidad del hombre, lo sensual. Si a otras les agradaba así, semidesnudo, sabido porque se lo habían dicho, ¿Por qué no ir para dejarse ver? Con disimulo cogió su tabla y el cronómetro y se fue, casi sobre las mismas pisadas, pasó junto a ellas, y unos metros antes rogaba una miraba que se interesara en él. Ya próximas, tanto que les pareció sentirles el calor, respiró despacio como para oírles el pensamiento o alguna manifestación de interés; camino pensándolas, pero ellas seguían inmóviles, indiferentes, en lo suyo, que no era él.

          - Señor, ¿usted le daría clases a ella? – la voz salió de uno de esos cuerpos y, como esperaba esa voz, le sonó como una melodía; el instante largo-corto que demoró en volver el rostro para encontrar la boca que dijo las palabras, fue una ensoñación, porque una mágica imagen hizo una danza en su pensamiento. Efectivamente, realidad y pensamiento no se distanciaban. Cuando la tuvo ante sus ojos ella toda tallada, esculpida, real, corazón que no es prudente apuró su palpitar, corazón brincó, cuerpo inseguro, caminar lento, piernas temblorosas. Cuando la mirada llegó a la boca que dijo, una sonrisa blanca lo esperaba. Las palabras no tenían origen en las otras mujeres, seguían ahí inmutables; la de la sonrisa blanca se enderezó un poco, unas pecas hacían camino para llegar a sus senos de amanecer, melón maduro. Interpretando que ella se refería a una de las mujeres, iba a responderle que no daba clases a personas adultas, cuando detrás de ella, como emanada de su espalda, apareció la criatura, una niña tan pequeña que obligaba a volver la mirada para confirmar que era real.

A Julio se le hizo todo oscuro, sus sentidos perdieron el orden, como un corto circuito.

          - Yo quiero saber si se le puede enseñar-.

          Pero Julio dijo las palabras, o pensó que las decía, todas en nudo: - como los niños no han llegado aún, no sé si pueda, es que… ahora hablamos –y volvió hasta el muro donde había dejado sus cosas. De regreso, la imagen lo habitaba, lo aturdía, no se atrevió a volver la vista. Ahora sí se quitó la camiseta y se lanzó a la piscina, nadó los cincuenta metros por el fondo y regresó en libre casi sin respirar. Se dio cuenta de que había llegado porque su mano golpeó contra el borde de la piscina. Agitado y respirando como si fuera a tragarse todo el aire del mundo, miraba de soslayo hacia el lugar; aún no había perdido la primera imagen. Hizo una inspiración profunda.

          No le creían, cómo iban a creerle, pero él describía a aquella escena con tanta emoción que los conmovía; se ponía de pie y casi con vehemencia gesticulaba y mostraba con las manos una forma, un tamaño. Repitió varias veces porque se lo pidieron, pero no creían. “Es un cuento”, dijeron. Exclamaciones y adjetivos, la puntada final.

          -Lo mejor no es eso –dijo Julio-. El martes le voy a dar clase. Se llama Carolina.

          Los muchos ojos que seguían sus movimientos, sus palabras, denunciaban igual emoción; desde ese viernes y por tres días siguientes, la voz se extendió, primero de los labios de las personas que Julio había intrigado, luego con los amigos de éstas y después hasta donde pudo llegar el rumor. Era martes, pero parecía festivo; en la tribuna de la piscina, en la valla que la rodea y a la entrada, gente apilada, mirando. Aquéllos a los que Julio contó la historia no se dejaron ver.

          Los ojos se pusieron atentos, fijos en los detalles, esperando que apareciera Carolina. Julio salió con la tabla en la mano y en pantaloneta, la valla se movió como un elástico, se fue estirando; los rostros apretujados, pegados; Julio llegó hasta la plataforma de cemento, dejó sus cosas a un lado del maletín, miró al interior, se dio vuelta y con gracia se lanzó en un clavado al agua. Hizo cinco piscinas en libre. Cuando llegaba hasta el muro que impedía la visión, la valla estiraba como resorte; cuando aparecía, volví a su punto. Después de unos minutos, Julio salió, recogió los implementos, con ellos en las manos volvió al vestier, y ya vestido se fue de la piscina, cuidando mucho el maletín.

Dos cuadras más adelante, en la cafetería, descargó el maletín sobre la mesa, miró al interior e introdujo la mano, segura, lenta, cautelosa; abrió más el maletín, la mano fue debajo de la espalda como si cogiera un cachorro, la otra mano dio apoyo y la sacó desperezándose. Carolina lo miró sonriendo.

-Hola, profe –dijo con voz gatuna.

-¿Dormiste bien? –preguntó Julio.

-No, es caliente el maletín y huele mal. –el hombre sonrió.

          -No había otra forma. ¡Cómo nos burlamos de todos ésos! Ya no hay ningún problema, te llevaré cargada.

          Volvió a sonreír con esa risa, pequeña-grande; jugaba sobre las manos de Julio, saltando de una a la otra con impulso para caer en ambas piernas; movía los brazos para conservar el equilibrio. Cuando Julio cambiaba las manos de posición, ella se colgaba de los dedos, que él estiraba a propósito. Este martes se sentía como el viernes cuando ya le había pasado la impresión y la madre se la trajo hasta el borde de la piscina: aquel cuerpo, con un vestido de baño en dos piezas, que se colgaba de sus dedos y le hacía sentir que si la soltaba se le perdería en el agua; cuando la saco para calentarla, la toalla doblada en seis partes la cubría completamente.

       -Por allá, ¿qué es eso? – Estar en el centro de la piscina era una distancia, una lejanía.

-        Vamos, que tu madre debe estar preocupada por la demora.

-        ¿Puedo ir caminando?

Instintivamente la miró con temor. Pensó antes de responder, intentando hacer la relación del tiempo; si carolina caminaba la distancia del lugar hasta el parqueadero donde estaba el carro, en escala podrían significar diez millas; si eran las once de la mañana, mucho tiempo, pero eso no lo preocupó; se sentía asaltado por el temor, la cogió entre las manos, ¡caminando! Y por la acera, en una zona recreativa por donde pasan muchachos corriendo, aunque no fueran los muchachos, algún afanado a esa hora, o un despistado que no se fijara, sintió espanto pensando que la podían pisar, las manos le sudaron.

-        ­­­Caminando, no, no – dijo en una reacción que asustó a carolina.

-        ¿Por qué no? – preguntó con su voz y haciendo un puchero que julio no vio; tampoco la oyó. volvió a tomarla entre las manos, casi se le perdía en esa mesa, no parpadeaba para no dejarla ver.

-        Quiero de eso – señalo en la vitrina un bombón bum; había cambiado de tema.

Tratando de no perderla de vista, giró un poco la cabeza y sin voltearse le indicó a la mesera lo que deseaban. La mujer trajo el pedido; julio soltó por un momento a Carolina. La mesera se quedó estática, como alucinada; el limpiador que tenía en las manos cayó y ella se fue hacia atrás como si de súbito hubiera decidido colocar su trasero en el piso. Se escuchó un golpe, tac, cuando la mujer dio con el coxis contra la baldosa; el resto de su cuerpo se dobló, hipotónico.

Carolina tomó entre sus manos el dulce. Parecía un cargador en desfile llevando una bandera, aquí bandera-bombón, cuando lo inclinaba la parte dulce cubría su cara, medio se veían las cejas y la frente. Estaba sentada en la mano de Julio, saboreando gustosa, la mano silla ahuecada a propósito para que cupiera, los pies golpeando juguetones contra la mesa. La mesera, pálida, aturdida, se fue hacia la parte de atrás, no se repuso, alzó la vista para mirar de nuevo, pero ya se habían ido. Es que Carolina existe.

Las mujeres que Julio vio en la piscina son pura imaginación.


GUSTAVO ALONSO HENAO CHICA 

. Libro: "Historias en agua y tierra" (Página 16)

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Gustavo Alonso Henao Chica nació el 19 de diciembre de 1957, en Jericó - Antioquia - Colombia. Entrenador paralimpico Es Licenciado en Educacion Especial por la Universidad de Antioquia; y Especialista en literatura Producción de Textos e Hipertextos por la Universidad Pontificia Bolivariana. Publicaciones: De la intimidad. Cuentos;Textos para Afrodita Poemas; En busca del asombro. Teatro. Fragmentos alucinados. Ensayos. Historias en agua y tierra. Relatos. Cuentos para leer en el crepúsculo. Cuentos. Coloquios de adolescencia. Articulos. Libro de poesias Saudade... Lançado em agosto/2021 - Gustavo Henao Chica e Vanice Zimerman.

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.Entrevista com Gustavo Alonso Henao Chica

. Proceso de creación literaria.

 https://www.youtube.com/watch?v=dkzbzXLDrFE

sexta-feira, 19 de novembro de 2021

BAJO LA TÚNICA . CUENTO . GUSTAVO HENAO CHICA . COLOMBIA

 

Estábamos allí en la posición de loto, formando un círculo y pronunciando mantras trascendentes. Tú sentada al lado de Henry con los ojos cerrados. En esos días éramos realmente espirituales, cuando salíamos a la calle yo caminaba como por el aire, hacía parsimoniosos mis pasos y los movimientos generales del cuerpo, tal vez para que la gente se fijara y dijera: "Ése es un joven espiritual". Me agradaba estar a tu lado, el calor salido de tu cuerpo fue siempre una fuerza que me traspasaba, a veces meditando aunque estuvieras en medio de Henry y Luz Elena, podía sentir la diferencia entre tu calor y el de los demás, creí también que tú diferenciabas el mío; en varias oportunidades cuando entreabría los ojos para mirarte, encontraba tu mirada, ambos sonreíamos porque nos habíamos descubierto infringiendo las reglas de la meditación. La primera vez creo que enrojeciste cuando al abrir tus ojos, los míos ya te estaban viendo.

Al recordar se hace presente el tiempo en el que me interné para realizar prácticas más profundas. Fui sometido por varios días a permanecer en silencio; escuchar y reflexionar, algo difícil para mí que he sido tan conversador. Aproveché para darle mayor atención a tus movimientos, si ibas al baño, dejabas la puerta medio abierta, yo calculaba el tiempo, o a veces, el silencio de la ducha me anunciaba que estabas secándote, entonces pasaba por ahí, no detenía el paso pero llevaba en el pensamiento el recuerdo de tus senos pequeños todavía húmedos.

 

    Si estábamos comiendo movías los labios y la lengua de un modo que no era natural. "Una manera esotérica de masticar", ésta y otras ocurrencias formaban parte de mis hondas reflexiones. Al cumplir la semana de mi internado, te interesaste por dormir en el mismo lugar donde yo lo hacía, aquello fue definitivo, algo que tomé como una prueba. De los discípulos internos, tú eras la más antigua, yo era sólo un aspirante.

    El lugar para dormir era el mismo en el cual estaba ubicada la biblioteca: un salón recogido que tenía todo en madera; mis sueños eran en el piso acostado boca arriba con los brazos a los lados o sobre el pecho, abrigado por una sábana que arrojaba siempre. Frío no había en el sitio. El cuerpo amanecía como plano, al despertarme demoraba varios minutos en tomar conciencia de los músculos, la espalda se me hacía horizontal como las tablas. Cuando empezaste a dormir allí fingía leer, te observaba hasta verte en sueño profundo. Mi sábana se posaba sobre ti.

 

    Es cierto que me inspirabas respeto, pero no podía dejar de fijarme en tus piernas de pantorrillas bien delineadas, en tu boca que incluso estando cerrada parecía tener el comienzo de una sonrisa. Disfruté al mirarte, tu rostro impedía la presencia del sueño. Dejabas lugar y sábana para mí, en esas noches permanecía en la misma postura buscando no incomodarte. En algunas mañanas tu cabeza sobre mi pecho me turbaba, no sabía qué hacer, mantenía la respiración como un gran Yogui: lenta, pausada, el corazón aminoraba el ritmo, no dormía más preocupado por lo que pensarías si despertabas en ese lugar al que seguramente te había llevado en mis sueños. Sólo cuando te retirabas volvía a respirar con ganas y a desperezarme como recién despierto. Una noche sentí tu mano sobre mi abdomen, los dedos iban y venían. Estoy inventando, -me dije- es una ilusión. No podía ser tu mano la que estaba ahí. Por varios días quise convencerme de que aquello había sido un espejismo alimentado por mis deseos.

 

    Henry no se quedaba en la institución porque era un discípulo externo, esto significaba que no vivía en el lugar, pero era uno de los más avanzados en el conocimiento. Llegaba temprano, se colocaba la túnica de lino e iba al salón de prácticas, cuando nos reuníamos él estaba sentado frente al incienso, a la entrada del salón permanecían sus zapatos esperándolo, a un lado dejábamos los nuestros, la alfombra me acariciaba los pies. Al ponerme la túnica algo se apoderaba de mí, una sensación que podría asemejarse a la tranquilidad, me sentía bueno, etéreo. Imaginaba que Henry, siendo un hombre más evolucionado que yo, debía sentir cosas superiores y quizá por eso iba temprano. Mientras nos disponíamos para la práctica centraba mis ideas en los objetos del lugar: el incienso colocado en un soporte de arcilla en medio del salón, la estatua del Budha tal como han pensado que era después de varios años de riguroso ascetismo, con la piel adherida al hueso, el pequeño gong y escrita en la pared del fondo la frase tomada del frontispicio del templo de Apolo de Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses”.


    En el rostro de mis compañeros se marcaba un aire de misticismo, de especial, parecían seres diferentes a los otros mortales; cerraban los ojos o dejaban ir la mirada al vacío, al pronunciar las frases de memoria o leídas de un texto sagrado, los veía como elevándose, saliendo de este mundo, divinizados. Pensé que a mí era al único del grupo al que lo divino no le llegaba, porque mis pensamientos seguían siendo lógicos, racionalistas. Verlos tan ensimismados, ausentes del mundo material llegó a ponerme alerta frente a la validez de mis convicciones, los sentidos, a ellos el mundo material no podía tocarlos. Consideré mi existencia como la más burda y material.


     Cuando concluía la meditación yo era el primero en abrir los ojos y mover el cuerpo, para mis músculos voluminosos y nada flexibles, esa postura resultaba absolutamente torturante; en cambio ellos tenían una cara de felicidad, de placidez, de regocijo, que en nada se parecía a las muecas mías tratando de acomodar el cuerpo. Llegué a obsesionarme con la idea de lograr el grado de superación de mis compañeros, me dediqué con disciplina a ser mejor, pero el camino de la contemplación tiene exigencias que no siempre uno está en condiciones de cumplir: en un principio el ayuno y el silencio me afectaron, acostumbrado como estaba a comer con sal y sabores, aquellos alimentos espirituales, vegetarianos, me resultaban de náusea, por eso, aunque no estuviéramos ayunando, dos comidas de ésas al día eran insuficientes.


    Hoy en mi evocación veo tu cara cuando te conté aquella travesura mía: "He comprado un paquete de gelatina negra, para que comamos en la noche", dije haciéndome el misterioso. No controlaste la demostración de enojo, fue como si te hubiese dicho algo obsceno. Con la cara congestionada y las manos temblorosas me hiciste sentir que los seres superiores también se enfurecen.

 

    Hube de reprocharme esa indelicadeza. Encerrado en el baño engullí la gelatina que había comprado para los dos, pensando en las palabras que utilizaría para disculparme.


    Sin comentarlo tomé a Henry y a ti como mis maestros y cuando estábamos en algún acto público, ya fuera una conferencia o un cine-foro, las conclusiones a las que llegaba eran las mismas: si la conferencia o el cine-foro tenían tu dirección o la de Henry, la sensación era que estaban muy por encima de las personas que acudían al programa, que a ustedes el mundo ilusorio no los poseía; si era yo el responsable de la actividad, el tema presentaba algunos toques de timidez e inseguridad y si alguien deseaba hablarme al final, lo remitía según el caso a Henry o a ti, porque la gente deseaba un consejo o respuestas exactas sobre cosas de las que yo dudaba, en cambio tú, con esa voz para arrullar querubines y la fina manera de mover las manos durante las explicaciones y Henry, con esa barba que infundía respeto, eran las personas ideales para responder a preguntas de tipo espiritual.


    En varias ocasiones se presentaron personas a la institución a preguntar por mí, gracias a una referencia de alguien que me conocía, y yo continuaba barriendo o dedicado a otra labor, después de responderles que no me encontraba.


    Haciendo esos trabajos que me asignaron: el aseo en las dos habitaciones, la biblioteca, el baño, el salón de prácticas y la sala de conferencias, además de poner la música y mantener encendido el fuego, me impregné de ese ambiente, por eso al pasar por sitios donde siento olor a incienso, suelo quedarme un poco para vivir la nostalgia. Si observo a un chico y a una muchacha que cuando oyen hablar de cosas espirituales, o que cuando leen se les llenan los ojos de lágrimas, conmovidos por el mensaje así éste no sea profundo, recuerdo esa imagen nuestra, pero busco en ese chico y en esa muchacha el paquete de gelatina negra para estar seguro.


    La última vez que abrí los ojos para mirarte, me había sentado primero que los demás, antes de iniciar la práctica. Mi corazón se movía de afán y en el resto de mí todo era desgano. Al salir del cuarto después de ponerme la túnica, quise entrar al baño, la puerta estaba entreabierta como otras veces, pero Henry te acompañaba, tenías la túnica subida hasta el muslo y la mano de Henry se perdía entre la tela y la piel, tus labios delgados, que yo había querido besar mientras dormías, lo besaban a él; no fui capaz de mirar la dirección en los movimientos de tus manos.


    En el círculo te miré para ver si abrías los ojos, pero no, estabas ida, en otro mundo, no pronunciabas el mantra, tus labios temblaban, creo que habías llegado a la iluminación. No volví a mirarte.

    Terminamos la práctica y salimos a pegar unos afiches, me hablabas y te respondía con monosílabos, si me hubieses preguntado por qué, te habría respondido que estaba sintiendo la misma sensación que me embargó de pequeño, al enterarme de que el Niño Dios era mi padre. 

 

 GUSTAVO HENAO  CHICA

. Livro: DE LA INTIMIDAD, página três .

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Gustavo Alonso Henao Chica nació el 19 de diciembre de 1957, en Jericó - Antioquia - Colombia. Entrenador paralimpico Es Licenciado en Educacion Especial por la Universidad de Antioquia; y Especialista en literatura Producción de Textos e Hipertextos por la Universidad Pontificia Bolivariana. Publicaciones: De la intimidad. Cuentos; Textos para Afrodita Poemas; En busca del asombro. Teatro. Fragmentos alucinados. Ensayos. Historias en agua y tierra. Relatos. Cuentos para leer en el crepúsculo. Cuentos. Coloquios de adolescencia. Articulos. Libro de poesias Saudade... Lançado em agosto/2021 - Gustavo Henao Chica e Vanice Zimerman.

Entrevista

Entrevista con Gustavo Henao Chica (en español) 

 https://revistacazemek.blogspot.com/2020/11/entrevista-con-gustavo-henao-chica.html?fbclid=IwAR3BJVgxaz6cJFvo0RGKLDWQ-7HPKbaiKO-3K3l1pr0Ye9Lkh6SOV2VV_3I