sábado, 19 de agosto de 2023

Haicai 2475 - Kigo: de Inverno: Arrebol de inverno


                                                                  Haicai 2475 🍁Haiga 

al salir de la clínica

ah, el resplandor del invierno -

una lágrima Zen...


Vanice Zimerman, IWA

 

. Foto: Vanice Zimerman 

. 15/08/2023

quinta-feira, 10 de agosto de 2023

EL BALÓN . CUENTO . GUSTAVO HENAO CHICA

 

EL BALÓN

 

Teníamos que bajar hasta una manga llena de barrancos y raíces en las que a veces se quedaban enredados nuestros dedos, esto era al frente de la casa de los Cantarrana, unos negros que daban miedo y tenían fama de malas personas, a ese espacio le invadíamos un pedazo para improvisar la cancha, allí jugábamos los desafíos con los de Zafra o Sucre, en ese moledero descubríamos intuitivamente la posición más conveniente en el campo de juego, según la aptitud y el interés, a veces íbamos hasta Vicuña, deambulábamos para jugar nuestros partidos, parecíamos nómadas del fútbol, sin embargo en el fondo de nuestro corazón bien sabíamos que era la carencia en nuestro barrio de un sitio de recreo, y que no tener una cancha es demasiada pobreza. Por lo menos eso nos enrostraban los de Aguasfrías a los que les habían hecho una con graderías y todo, claro que el asunto era otro en los partidos donde nosotros éramos los ricos en el toque y la gambeta.

     Quién sabe por dónde andábamos que no nos percatamos de las retroexcavadoras y los bulldózer que removían tierra al lado de la quebrada y en aquellos lodazales, hasta que cualquier día nos encontramos allí sintiéndonos afortunados, presenciando el milagro, con asombro nos parecía que había caído del cielo o que había emanado de la tierra. Nos correspondió estrenar cancha, al lado de la quebrada habían desaparecido aquellos matorrales cenagosos para dejar que emergiera en esa explanada, como si la hubieran desenterrado, la arenosa y blanca con la señalización rectangular, el círculo central y las líneas de zona, cerca a esos arcos en que me sentía pequeño; toda esa anchura nos hacía soñar que jugábamos en el Atanasio Girardot, hasta iluminación le pusieron, seis reflectores a los lados eran encendidos en las noches, disfrutábamos esa luminosidad, ¡tanta luz! Estar en medio de la cancha, era como entrar a un templo, algo se apoderaba de nosotros, nos sentíamos como poseídos, una sensación indescriptible nos envolvía cuando aquellas luces nos abrazaban.

     Lento nos acercamos, Guasquila y Memo estaban pateando suave al arco, Memo hizo un amague y se la pasó a Masámbula que venía a mi lado, éste corrió con parsimonia y con una de esas fintas que sabía hacer, (su juego era muy parecido al de Harold Lozano), me la tiró por encima, la paré con el pecho y se la puse a Guasquila para el cabezazo que no logró detener Chócolo, aunque se lanzó a lo Navarro en un voladora hasta envidiable. Él en cambio me envidiaba la forma en que yendo a los pies del jugador yo le quitaba el balón limpio sin tocarlo, perdía muy pocas veces ese mano a mano; Chócolo era un arquero que arriesgaba y durante mucho tiempo fue titular en el equipo e incluso tapaba a veces con los mayores; así entrenábamos nuestros mejores toques de balón, el taquito, el cabezazo, la chilena, eso de matar el balón que se ve hermoso cuando el esférico viene de arriba y uno lo baja cogiéndolo con el pie como si fuera con la mano. Tener cancha era bueno, tan grande y propia, nos sentíamos como estrenando novia, porque era del barrio y podíamos jugar a cualquier hora.

     Esa tarde vinieron otros, más otros y poco a poco conformamos dos equipos, como nos conocíamos bien todos jugábamos, hasta los más troncos tenían su lugar en los picaitos, no se excluía a nadie, sin hablar los que llegaban tomaban su lado, el que iba entrando, antes de hacerlo miraba de afuera y se metía en el equipo donde más se acomodara, buscando que se mantuvieran equilibrados los bandos, el desequilibrio lo daba la fatiga y así como entraban se iban saliendo, por lo general quedaban los mismos; por allí iban pocas chicas, ellas nos miraban de lejos, desde la tienda, los domingos que era fiesta si estaban en la cancha, pero se perdían nuestras mejores jugadas,  las que hacíamos en semana.

    El partido del que hablé fue muy limpio, ganamos tres a uno y tapé un penalti, Chócolo hizo otro tanto, me hubiera gustado tener a Mercedes cerca aunque fuera sólo para mirarla y que me viera tapar; nos sentamos ya cansados conversando no sé de qué, sólo recuerdo aquellos rostros de los muchachos: Pedrito, Quiles, Rigo, Yiyo, Chepe, Pico, Rodolfo, Marquitos, Sandro y a Lazo que no le gustaba el fútbol sino la mecánica, sé que éramos más pero los otros se desvanecen en el tiempo, no teníamos afán ni preocupaciones, desde hoy diría que calmábamos con el fútbol los embates de esa realidad, entre lo poco qué comer, vestidos con ropa vieja y remendada, a veces con algunas monedas para una crema de hielo con anilina, que nos ganábamos llenando volquetas con piedra o arena, era una realidad sin sueños para nosotros, una realidad sin horizonte, o una realidad de los mundos que existen dentro de éste porque aunque parezca un todo, este mundo no lo es.

    Allí estaba nuestra cancha acostada y blanca, sonriente, complacida con nuestras pisadas y balonazos, con los goles, las atajadas; nuestra chacha de arcos blancos y polvorienta, nuestra cancha bordeada de gente gritando, de muchachas haciendo barra, nuestra cancha que nos mordía de arenilla los codos y las rodillas y sudaba nuestros sudores y nos entierraba y nos enmugraba; allí estaba nuestra cancha que nos acababa de ver jugar nuestro mejor partido, tres a uno había terminado.

    Acostados sobre ella con un goce recorriéndonos, sintiendo el olor que traía la quebrada desde una ladrillera, mirábamos el cielo inmenso, la cancha era una sábana replegada acariciando nuestras espaldas con los brazos abiertos, nos quedamos mucho rato, imaginando cada tiro libre, cada tiro de esquina a lo Marcos Colt, cada pase, cada gambeta a lo Garrincha, cada atajada a lo Otoniel Quintana, imaginando solamente, porque para ser real habríamos necesitado tener balón.

 

 Gustavo Henao Chica

Del libro "De la intimidad"

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Gustavo Henao Chica nació el 19 de diciembre de 1957 en Jericó - Antioquia - Colombia. Entrenador Para-límpico. Licenciado en Educación Especial por la Universidad de Antioquia, Especialista en Literatura producción de Textos e Hipertextos por la Universidad Pontificia Bolivariana. Publicaciones: De la intimidad, cuentos. Historias en agua y tierra. Cuentos. Cuentos para leer en el crepúsculo. Coloquios de adoescencia. Articula. Libro de poesía Saudade... Publicado en agosto/2021 Gustavo Henao Chica y Vanice Zimerman. Ensayo.

 

EL ARQUERO DE BUENAVISTA . CUENTO . GUSTAVO HENAO CHICA

 

EL ARQUERO DE BUENAVISTA




La inauguración de la cancha de fútbol en el barrio Buenavista, fue como un carnaval, una fiesta: desafío contra los de Sucre, cervezas, piropos a las peladas, música, sonrisas. Todo empezó con la luz del sol y terminó bajo la luz de los reflectores hermoseando la cancha; estaban todos, los de la cuadra de arriba, los de otras cuadras que con tantos años viviendo cerca aún no se conocían. Asistieron delegaciones de otros barrios, los de San Bernardo y los de la Gloria.  Fue una celebración a la altura, porque la historia de un barrio, se divide en el antes y el después de la cancha de fútbol. 

Para los niños la fiesta continuó todos los días, tener una cancha en el barrio era motivo más que suficiente, así que, día a día, todas las mañanas “Gafitas”  llegaba solo, aún le enfriaba el rostro la brisa del alba. Iba hasta uno de los arcos y recostado contra el paral jugaba con las gotas de rocío, uniéndolas hacía chorros de agua que vertiginosos se deslizaban hasta el piso, luego detenido en el centro del arco, fijaba su mirada al frente, esperando el balón imaginario que llegaría para ser atajado.

      Los primeros rayos de sol asomaban juguetones  por las montañas, pasaban algunos minutos antes de que que otros muchachos vinieran, tiempo que él utilizaba para intimar con los arcos: acariciándolos, mirándolos, hablándoles en pensamiento porque expresarse hacia fuera no era lo suyo; gritando aparecían por la esquina y desde allí le pateaban el balón, en ese momento la mañana tomaba vida entre chutes al arco y picaitos, unas horas después ya cansados lo dejaban solo, él se quedaba con su silencio hasta que el temblor en las piernas y el hambre lo hacían irse. Jugaba al fútbol porque sentía unas ganas inevitables, todo en él era alegría, y la alegría lo bañaba a raudales cuando le decían: “vamos a jugar”. Pero nada tan maravilloso como la tarde que jugando en la manga de Vicuña lo pusieron a tapar, ese día fue ungido como arquero oficial. Ese puesto, el de arquero, nació con él, Masámbula le decía resorte por la rapidez y flexibilidad con que reaccionaba en busca del balón, los partidos se programaban si él podía asistir, de lo contrario sus compañeros preferían no jugar.

 

En el momento en que René Higuita hizo el gol de tiro libre y la voz emocionada del narrador Jorge Eliécer Campuzano se regó por los aires pasó las montañas y fue al infinito, se levantó de la silla sobrecogido por una conmoción tan profunda que las lágrimas le salían como liberadas, esa sensación no la experimentaba desde el día en que Otoniel Quintana, arquero del Millonarios, había conseguido el récord de mil veinticuatro minutos sin recibir gol.

En el fútbol fracasó, el día que lo observó tapar Turrón Álvarez, un exfutbolista que jugó en el Nacional, quien estaba encargado de seleccionar cada año los niños de la preparatoria “República de Venezuela” para participar en los interescolares.

Con su tula al hombro, apoyado contra la valla metálica que bordeaba la cancha de la Unidad Deportiva Belén, pensaba en lo cerca que estaba el día para jugar allí, en aquella grandota y verde. Se veía debajo de esos tres palos, imbatible, con sus voladoras y sus achiques perfectos al piso y ¿por qué no? tapando un penalti. En la escuela sonó el segundo toque de campana para ingresar, cerró sus fantasías y entró.

Terminada la clase de gimnasia el profesor de biología lo llamó para contarle que al día siguiente vendría Turrón Álvarez a escoger el equipo que los representaría en los interescolares.

- Yo lo he visto tapar a usted, no me vaya a defraudar – dijo el profesor. Él lo miraba abrumado.


-       Mire, a mí no me gusta el caleño, ese puesto lo tiene que ocupar un Paisa -, Dijo el profesor de biología. ¿Quién era el caleño y qué significaba eso? Para él todos los muchachos de la escuela eran eso, muchachos. ¿Paisa? ¿Qué es un Paisa? Quedó en la misma, era la primera vez que oía ese tipo de diferencias.

Esa noche le fue difícil conciliar el sueño, durmió poco y quejándose por momentos. A las seis de la mañana despertó sobresaltado pensando que se le había hecho tarde. Mientras desayunaba vinieron a su memoria las palabras del profesor de biología. Con meticuloso esmero preparó su atuendo: los tenis guayos nuevos, el buso, la pantaloneta, también tenía para estrenar unas rodilleras abollonadas.

Ya dentro de la cancha y por primera vez con el bullicio de los niños y los gritos de los profesores desde las tribunas, se sintió pequeño. Desde que vio venir el balón intuyó que lo pasaría, fue a su encuentro en un momento en que el defensa reaccionó tarde. El “pinchado” Pedro Casas, ese que vivía en Altavista, se levantó un poco, dejó que el balón lo sobrara y le pegó de taquito. Muchas veces jugando en su contra sin ojos seleccionadores o juzgadores, aquella jugada habría sido fácil, Casas jamás le había hecho un gol. En ese partido le metieron tres goles de arquero, pero es que amaneció enfermo de miedo, los tenis guayos le apretaban y la arquería era para un gigante.

Aquí supo quién era el caleño, lo vio tapar, entendió, era el arquero de la sección B, cuando lo tuvo enfrente moviéndose junto al arco, se le hizo un amarradito en la garganta. Usaba guayos de cuero, una balaca en la frente y por supuesto el uniforme del Cali. Hablaba con otro acento, ordenaba y manoteaba a sus defensas para ubicarlos durante los tiros de esquina o libres, anticipando con decisión se levantaba para rechazar el balón, siempre se movía en actitud decidida, logrando ablandar a los delanteros, sólo Betancur que no comía de nada hacía caso omiso a sus gritos amedrentadores, después de puñetear algunos taponazos, volvía al arco, ufano, caminando a lo pavo. Pavo caleño.

Parado apoyándose en su bastón, el exjugador cojo del nacional lo observó moverse inseguro y al balón pasar la línea de gol en tres oportunidades.

- Lo hacen quedar mal a uno, cuando se confía en ellos y a la hora de responder, nada -, esas palabras sonaron en su cabeza muchos días. El profesor de biología no lo volvió a saludar y él tampoco a jugar al fútbol.

  

 

Gustavo Henao Chica 

Del libro "De la intimidad"

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Gustavo Henao Chica nació el 19 de diciembre de 1957 en Jericó - Antioquia - Colombia. Entrenador Para-límpico. Licenciado en Educación Especial por la Universidad de Antioquia, Especialista en Literatura producción de Textos e Hipertextos por la Universidad Pontificia Bolivariana. Publicaciones: De la intimidad, cuentos. Historias en agua y tierra. Cuentos. Cuentos para leer en el crepúsculo. Coloquios de adoescencia. Articula. Libro de poesía Saudade... Publicado en agosto/2021 Gustavo Henao Chica y Vanice Zimerman. Ensayo. 

quinta-feira, 3 de agosto de 2023

Aldravia 258

 


 mirada

   esmeralda

 cortada

acuarela

 me encanta

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Acuarela/Canson: Vanice Zimerman