Huesero
solía jugar cartas en la “Zona” o en las cantinas del pueblo; trasladó el juego
a la casa después de un domingo en que al volver, encontró a Sofía acostada en
una estera y sobre ella, sudoroso y con los pantalones más abajo de las
rodillas al “Tungo”, el chofer de la “escalera” que los había traído a Jericó.
Huesero tenía en el recuerdo que cuando se habían bajado en Fredonia, la mujer
se demoraba en el baño; ella y el que huele a gasolina aparecieron por el mismo
lado, sonrientes. El domingo en referencia, Huesero entró en la casa por
detrás, descargó el costal, los amantes no lo escucharon. Al verlos se quedó a
la espera, cuando terminaron y el “Tungo” fue a subirse los pantalones, Huesero
le pegó un planazo en los glúteos y le colocó el filo del machete en la nuca.
Sofía abrió los ojos, las mejillas que tenían la hermosura propia después de un
orgasmo, palidecieron, se quedó inmóvil. Huesero le quitó al “Tungo” el dinero
que tenía, le pegó otro planazo y se hizo a un lado, el hombre salió rengueando
y con la cara de dolor-susto, en la puerta se subió con dificultad los
pantalones. Huesero miró a Sofía, con la punta del machete le bajó la falda.
-Pensé
que seguiríamos viviendo del Hueso-, le dijo. A ella le volvieron los colores.
–Voy a comprar un naipe para que pongamos el negocio aquí-, dijo.
El
garitero en esos días era Darío, pasaba en las mañanas y al medio día frente a
la casa de Huesero, Sofía lo miraba desde la ventana a la ida y al regreso,
sabiéndose visto Darío inclinaba la cabeza, sus pasos inseguros lo alejaban del
lugar, de la mirada. Cuando Huesero compró el naipe, salió a la entrada, era un
lunes, Darío iba a seguir como siempre pero Huesero lo detuvo.
-Garitero,
¿lleva mucho afán?-, preguntó.
-No, los
peones están cerca-, dijo, sin fijarse en Sofía que desde la ventana lo más
miraba.
-¿Por
qué?-.
-Es que…
descargue yo le muestro-, le dijo Huesero amistoso.
Darío
colocó sobre el piso la vara en que estaban amarrando los almuerzos.-Venga le
muestro lo que compré-. Darío entró en la pieza donde Sofía fue sorprendida con
el “Tungo”. Esa misma tarde dos de los hermanos a los que garitiaba, vinieron a
jugar.
Ese fue
el tiempo en el que los campesinos se detenían allí. Huesero ganaba siempre,
los mejores días para el negocio eran los de feria y los meses de octubre a
diciembre cuando se daba la cosecha de café. Pero no faltó alguien esporádico
deseoso de una partida, aunque fuera de rapidez. Los arrieros dejaban los
animales pastando a la entrada, para dedicarse al juego. Con el paso de los
años Huesero parecía no envejecer, nada lo cambiaba, por el contrario a Sofía
fue como parpadear para encontrarla vieja, oliendo a tabaco y con los dientes
incompletos. Darío después de la primera se marginó del todo, como el que
comete un delito y se arrepiente, se fue a Medellín.
Cuando lo
vio llegar, Huesero dejó salir su alegría, sacó el naipe del carriel y lo
invitó. Sin levantarse del butaco en que estaba sentado, dobló la ruana
colocándola sobre la madera, señaló una enjalma que hacía las veces de silla.
-Siéntese
ahí, juguemos una mano-, y agregó.- Aquí se juega, pero por plata, no por
vicio-. En el naipe que Huesero tenía en las manos estaban las historias y las
huellas de los hombres que lo habían manipulado.
-No tengo
dinero-, dijo el muchacho.
-Si no
trajo plata, ¿entonces a qué vino?-, preguntó Huesero.
-Pensé
que podía jugar así-, contestó Jorge.
-Cuándo
le pagan la garitiada? Le puedo prestar si quiere, dijo Huesero y colocó las
cartas sobre la mesa, las separó en grupos, luego las juntó pidiéndole a Jorge
que tomara la mitad.
-Este
naipe tiene muchos quiebres, saque la muestra-, dijo. Jorge cogió una carta y
le dio la vuelta, apareció el as de oros.
-Usted
tiene buena mano, será que va a ser mejor que su papá?-, le dijo Huesero,
animándolo-. El primer jugador en otro tiempo, fue él-, hizo una pausa
recordando-.
-Trajo
primero a los hermanos y a los primos, después a los peones, venían
generalmente los viernes, en cambio su papá…-, sin terminar el comentario miró
a Jorge.
-El no
volvió, la primera vez lo puse a jugar de sorpresa, creo que no había salido
del susto cuando ya estaba vaciado-, hizo otro silencio y miró Sofía. Ella
escuchaba sin volverse.
-Le fío
si quiere y cuando le paguen sana la deuda-, dijo Huesero. Jorge seguía sin
decidirse. -Usted como que no va a jugar-, insistió Huesero disgustado, recogió
las cartas, la ruana y entró.
-No me
gusta jugar plata-, palabras de Jorge. La mujer seguía escogiendo los granos
malos del café esparcido sobre una mesa, habló para que el muchacho oyera,
desde el otro extremo del corredor.
-Antes ni
su papá se negó-, la voz de la mujer lo hizo mirarla.
-¿Qué
hago? A mí no me gusta-. Sofía encendió un pedazo de tabaco que tenías sobre la
mesa y siguió separando los granos malos del café.
Nubia
apareció en la puerta, se recostó contra el estantillo central del corredor y
cruzó las piernas, le guiñó un ojo, venía de bañarse en la quebrada, traía los
cabellos envueltos en una toalla, Jorge la miró a las caderas, sintiéndose
erecto y recorrido por una oleada de placer. Nubia sostenía una hebilla entre
los labios, con las manos se dio a la tarea de secarse los cabellos y formar
con ellos una trenza, luego abultó la trenza en forma de moña y se colocó la
hebilla. Al rostro de la muchacha le llegó luz, el rosado de sus mejillas la
hacía ver ingenua.
-¿Sabe
cómo le pagó su papá el primer juego?- le preguntó Sofía.
-No sé-,
respondió Jorge contemplando a Nubia.
-Le trajo
clientes para toda la semana, pero él no volvió-, los ojos de la mujer dejaban
ver pasados. –Eso fue como ayer o hace mucho, el tiempo si que se nos hace
inexacto a veces-, Jorge seguía mirando a Nubia, no dijo nada.
La
muchacha se había sentado en el borde del corredor. Jorge se retiró sin otro
comentario. Un fresco olor a mujer llenaba el aire. Nubia que había terminado
de arreglarse los cabellos, fue hasta la enjalma y sentándose a horcajadas se
inclinó hacia adelante, el calor dejado por Jorge la acarició hacia arriba, lo
miró yéndose.
-Debió
jugar aunque fuera un poco-, dijo Nubia moviendo un poco la pelvis, primero
adelante y luego atrás, apoyó sus manos en la parte anterior de la enjalma y se
encrespó, en un instante se movió rápido en goce luego se quedó quieta, Sofía
guardó sus palabras, Jorge se les perdió de los ojos. Nubia lo pensó jugando, lo
pensó.
Sofía y
Huesero aparecieron juntos en la Magdalena, pero sin informes sobre su
procedencia. Sofía aún estaba fresca en su veintiocho y tenía una forma de reír
que obligaba a desearla a la primera. En la vereda hubo recelo, pero poco a
poco ambos y los cuatro muchachos fueron aceptados, en ese lugar
tradicionalmente habitados por varias familias que se habían asentado allí
desde tres generaciones atrás.
Jorge
llegó a la casa sin ganas de hablar, por eso la abuela se quedó esperando una
respuesta cuando le preguntó que de dónde venía. El muchacho siguió de largo,
entró al comedor y encendió la radio, un sonido gangoso y un ruido desagradable
se oía, corrió la silla de madera en que le gustaba sentarse, ya acomodado
abrió el estuche del aparato, le movió las pilas y lo volvió a cerrar, el
sonido mejoró, es escuchaba claramente lo que decían.
-Pudo
acompañarme a traer leña, pero prefiere andar mirando para el techo y pensando
en no se sabe qué, antes que darle una mano a ésta vieja -, pasó diciendo la
abuela en dirección a la cocina.
-Tan
terco que es, se le puede decir cien veces una cosa y parece que no
entendiera-, seguía hablando la abuela de regreso por el patio.
- ¿Qué
estaba haciendo donde Sofía?-
-Nada-,
fue la respuesta de Jorge mientras cambiaba de emisora en la radio.
-Le tengo
dicho que no debe ir a esa casa-, dijo la abuela colocando el almuerzo sobre la
mesa. -Coma a ver si tiene alientos para que me ayude en la desyerbada del
empedrado-.
-No
puedo, me voy para el pueblo en la tarde-, le respondió mientras enfriaba el
almuerzo.
-No
parece hijo de su papá, él desde los doce años trabaja y no se le quita nada-,
Jorge olía el vapor proveniente del plato.
-Eso es
él, yo no seré jornalero, voy a ser futbolista-.
-¡Vaya
aspiración! Futbolista, usted tiene que ser sacerdote m’hijo-, afirmó la abuela
alejándose por el camino de la quebrada, llevaba un atadijo de ropa bajo el
brazo y una olla en la mano.
-Si
quiere viene cuando termine y trae el agua para que se bañe mañana, yo voy a
lavar la ropa-, le iba gritando desde el camino.
El
accionar de la anciana en la quebrada, se le hacía próximo, a medida que
avanzaba entre arbustos y guamales, oía los golpes de la ropa sobre la piedra.
Al cruzar el camino que conducía a la casa de Huesero se detuvo, cogió un grano
de café maduro y lo llevó a la boca, miró el guamo de al lado y recordó a Nubia
arriba del árbol en los días de cosecha y él abajo diciéndole donde colocar los
pies, siguió caminando, veía la forma encorvada de la abuela moviéndose, llegó
hasta cerca, se quedó mirando, ella lo vio, él le brindó una sonrisa; parado
sobre una piedra le recibió la olla con agua, se alejó silbando, palpó algunas
ramas del matorral que bordeaba el charco.
Eran las
siete cuando regresó del pueblo, la abuela estaba terminando de cerrar la
puerta, alumbrándose con una vela metida en un tarro que protegía la llama del
viento que apaga; al tarro que era como una especie de farol, se le colocaba
por fuera una alambre en forma de asa, se le hacían orificios en el fondo, la
vela era pegada en la parte interna, sosteniendo el tarro de costado, en esa
forma la llama se mantenía encendida, los orificios en el fondo permitían la
salida del humo.
Jorge
colocó el pasador en la puerta de la sala y la abuela una tranca horizontal en
la puerta que daba para la cocina. Jorge fue hasta el cuarto, sacó un libro que
guardaba bajo del colchón, era un regalo de Elvia su prima maestra, lo dejó
encima de la cama, pegó la vela con su propia esperma sobre una botella
dispuesta como candelabro, se quitó la ropa, cogió el libro y se metió entre
las cobijas, el frío llenó su cuerpo, no tenía sueño.
-Mijo,
¿por qué no deja de leer en las noches? Se va a quedar ciego-, le gritó la
abuela desde la pieza. No respondió, mentalmente leyó el título del libro:
“Miguel Strogoff”. - Mañana tiene que levantarse a las seis, hay misa de
comunidad en la escuela-, volvió diciendo la voz de la abuela. “Una fiesta en
el Palacio Nuevo”. Leyó en el libro, la anciana apagó la luz de la pieza, Jorge
siguió la lectura, por momentos daba miradas a la vela, cada final de página
volvía a mirar, cuando la primera estaba por acabarse, encendía otra; todas las
noches leía el tiempo de dos velas.
-Abuela
tengo escalofrío y náuseas-, le dijo después de colocarse el uniforme. La
anciana vino hasta él, palpó su frente, con la mano.
-Tiene
fiebre mijo, yo no sé por qué se bañó en la quebrada, si ayer trajo el agua
para bañarse aquí. El agua fría puede hacerle daño a un recién levantado. Algo
le pasa m’hijo porque de tres idas a comunidad usted falta a dos. Venga le
preparo una agüita hervida con hojas de naranjo y vuelva a la cama, no quiero
que se ponga peor-. El primer sorbo que tomó le hizo devolver el desayuno,
corrió hasta el árbol de mandarinas y terminó de vomitar allí, sintió alivio.
La abuela insistió para que se tomara el resto del agua y volviera a la cama.
Ella se fue al pueblo. Jorge se quitó el uniforme que le indisponía; esos domingos
eran como un castigo, ir hasta la escuela, hacer la formación en columnas de
cuatro hileras de acuerdo a la estatura, caminar hasta la catedral, esperar el
comienzo de la misa y al fin, aguantar el sermón del padre Pompilio durante una
hora. Las niñas de la normal sentadas junto ellos que debían permanecer parados
no les perdían movimiento, en un de esas él se desvaneció en plena iglesia
cuando volvió en sí, lo tenían sentado en una silla.
Adormecido
en la banca del corredor, escuchó a Nubia despidiéndose de Sofía y Huesero,
iban para el pueblo, “Le consiguió clientes para toda la semana”, pensó
disgustado. Por el frente de la casa pasó Huesero llevando el costal vacío. Era
el día en que se ocupaba de algo parecido a trabajar.
La
euforia de los campesinos por el negocio que él había colocado en la casa, duró
varios años, pero Huesero que no tenía sentido de la economía, gastaba hasta
tener deudas y cuando nadie volvió, le fue necesario retomar el trabajo de sus
primeros días en Jericó. Recogía el hueso en las carnicerías para luego
venderlo por kilos.
-¿Cómo
sigue mijo?-, preguntó la abuela llegando.
-Bien-,
contestó Jorge. Había escuchado a la abuela dar saludos en la calle. La anciana
dejó el manto sobre la mesa, sentada en la banca del corredor se quitó los
zapatos y apoyó sus talones en ellos.
-¿Por qué
se demoró?-, le dijo Jorge en reproche.
-Fui
hasta la plaza por la carne, además el sermón se hizo largo-. Jorge le trajo
una taza con jugo de naranja.
-Tiene
azúcar porque estaba muy ácido-
-Gracias mijo-,
le dijo la abuela después del poco de jugo ido garganta abajo. – ¿En verdad se
siente mejor?-.
-Como si
no hubiera pasado nada-. Respondió.
El resto
de la tarde Jorge permaneció en la casa escuchando la narración del fútbol, en
la noche cogió el libro de Verne, pero no pudo concentrarse, pensaba en lo
leído y no recordaba nada, cerró los ojos y se dejó llevar de las imágenes que
surgen en el ensueño; se durmió así, con sus sueños de despierto, confundidos
en sus sueños de dormir. La noche fue corta. Despertó contento, porque cuando
soñaba con Nubia o con la profesora de biología, en la mañana estaba húmedo y
feliz. Hasta con Sofía la llegó a pasar.
-¿Hoy si
va a jugar? o tampoco-, le preguntó Huesero cuando lo vio hablando con Sofía en
el corredor. –Puede volverse fijo como sus tíos y sus primos. Su tío Iván era
el más dedicado, se quedaba de viernes a domingo, en la casa lo veían cuando
iba a cambiarse de ropa. Lástima que se hayan ido a Medellín, salieron
graniaditos, su papá los arrastró-. Jorge lo miraba, con ganas de decir.
-¿Qué
importancia tiene que yo juegue?-.
-Ya se lo
dije, los suyos tienen buena mano-, contestó Huesero, mirando a Sofía. –Los que
no saben cuando aprenden quieren saber más-, Sonrió,- tengo un naipe nuevo,
pero no pienso permitir que todos jueguen -. Nubia se asomó por la ventana.
–Error mío de antes, por eso se envejeció tan pronto-, miró de nuevo a Sofía.
-Voy a
seleccionar los clientes, a usted que es el de empezar hasta le fío para que
juegue su primera, a condición de ayudarme en eso de mover la noticia-. Jorge
lo miraba con ojos de quien está incómodo, no le gustaba el hombre, pensó que
era un desvergonzado.
-Mire
Huesero, usted está equivocado, hace ocho días debí decirlo claramente-, le
hablaba muy cerca.-Hay cosas en la vida por las que no se debe pagar, mi padre
me enseñó que ésta es una de esas, porque uno puede pasarse la vida sintiéndose
perdedor o como con una deuda impagable-. Huesero hizo un gesto y entró sin
más, Sofía dio una fumada al tabaco.
Un resto
de nube hacía contraste al color del firmamento. La voz continua del agua, era
el sonido más alto del lugar. El viento cálido del medio día pasaba entre los
árboles. Un alboroto producido por los pájaros interrumpió el silencio, las
ramas del matorral en la quebrada se movieron para mostrar un hueco. Nubia
apareció, las ramas se juntaron. Jorge salió luego, las ramas volvieron a su
lugar./
Gustavo
Henao Chica
30/08/2019
***
Gustavo Henao Chica Nació el 19 de diciembre de 1957 en Jericó -
Antioquia - Colombia. Entrenador Para-límpico. Licenciado en Educación Especial
por la Universidad de Antioquia, Especialista en Literatura producción de
Textos e Hipertextos por la Universidad Pontificia Bolivariana. Publicaciones:
De la intimidad, cuentos. Historias en agua y tierra. Cuentos. Cuentos para
leer en el crepúsculo. Coloquios de adoescencia. Articula. Libro de poesía
Saudade... Publicado en agosto/2021 Gustavo Henao Chica y Vanice Zimerman.
Ensayo. Textos para Afrodita, Poemas, En busca del asombro, Teatro. Fragmentos
alucinados, ensayos. Viajé a pie.
escritoresacademia1957@gmail.com